viernes, 30 de noviembre de 2007

LA CONQUISTA DE CANAAN POR LOS ISRAELITAS

Hay gente que suele decir que la Biblia carece de confiabilidad histórica, una posición escéptica que empezó hace ya mas de dos siglos, con el nacimiento de la crítica racionalista, y se llegó incluso a sostener que buena parte del relato bíblico eran solo cuentos o leyendas sin fundamento histórico… hasta que con el nacimiento de la moderna arqueología (a partir del siglo XIX), las piedras milenarias empezaron a protestar. Sin embargo existen aún dificultades para encajar algunos relatos bíblicos con los descubrimientos arqueológicos.

Por ejemplo en lo que respecta a algunos episodios de la conquista de Tierra Santa por los israelitas relatados en el libro de Josué. Para empezar, es cierto que los rastros encontrados en distintas ciudades de Palestina demuestran a las claras que hubo destrucción en la segunda mitad del s. XIII a.C., lo cual concordaría con la embestida de los israelitas calculada alrededor del año 1240 a.de C. en adelante. Dichas ciudades son Tell Beit Mírsini (posiblemente la Debir/Quiriat-sefer bíblica), Laquis, Bet-el, y Hazor. Sin embargo, existen dos sitios han dado lugar a controversia, al no hallarse comprobación tangible de una destrucción ubicable en dicha época: son las ciudades JERICÓ y HAI; y estos dos casos son los que más suelen resaltarse en las páginas ateas y anticristianas para afirmar que el relato bíblico de la conquista de Canaán es fantasioso.



LOS MUROS DE JERICÓ ¿CUÁNDO CAYERON?

Empezemos por JERICÓ. El relato de la caída de Jericó es sin duda uno de los más conocidos de la Biblia y por lo tanto no lo reseñaré (en todo caso leer el Libro de Josué capítulo capítulos 3 al 6).

Leyendo algunos artículos de la red, veo que muchos cometen el craso error de decir que “por los años en que se supone Josué y los israelitas llegaron a la Tierra Prometida (siglo XIII a. de C), la ciudad de Jericó AÚN no existía”. Pues no, no es exactamente así, la ciudad de Jericó es una de las más antiguas ciudades amuralladas del mundo, cuyo origen se remonta al 8,000 a. de C. tal como se pudo comprobar tras sucesivas excavaciones realizadas en el siglo pasado en las ruinas de Tell es-Sultán (unos 16 km al noroeste de la actual desembocadura del Jordán en el mar Muerto, y muy cerca de la moderna ciudad de Jericó). La arqueología ha demostrado que en ese sitio fueron construidas y destruidas sucesivas ciudades a lo largo de los milenios:

- Una ciudad de la época neolítica, rodeada por un muro y habitada desde el octavo hasta el cuarto milenio a. C. en que fue abandonada;

- Una ciudad precananea de la edad del bronce temprano o antiguo, con formidables sistemas defensivos amurallados (3200-2300 a. de C.);

- Una ciudad cananea del bronce medio (hacia 1900–1600/1550 a.C., el llamado período patriarcal) que probablemente terminó por ser destruida por los faraones de la 18º dinastía.

- Y una última ocupación conocida del período del bronce reciente o tardío (entre 1400 y 1325 a.C.).

El punto de discrepancia aquí consiste en que, por los años en que se supone se produjo la conquista de Canaán por los israelitas (entre 1240 y 1200 a.C.), JERICÓ SE HALLABA YA ABANDONADA. Es decir, de la antigua Jericó solo quedaban las ruinas de su pasado próspero, y los israelitas de Josué debieron encontrar solo eso. Es probable que cerca o encima existiera un pequeño poblado, pero sería mucho más modesto y sin murallas, muy distinto a la Jericó de los altos muros que describe la Biblia. Menudo problema pues que representa esto para quienes defienden la confiabilidad del relato bíblico.

Antes de continuar quiero dejar en claro que en cuanto a la cronología sigo la tendencia más extendida entre los expertos, el de fijar el tiempo de la invasión de los israelitas a Canaán, por los años 1200 a.C. ya que existen otras posiciones al respecto, como el de fijarla por los años 1600 ó 1400 a.C.

Empecemos con las excavaciones. La primera gran excavación del sitio de Jericó, fue llevada a cabo por un equipo alemán (Ernst Selin y la sociedad Deutsche Orientgesellschaft) entre 1907 y 1909, cuyos resultados fueron publicados en 1913. Algunas de las conclusiones de los citados excavadores fueron censuradas, por lo que se pensó en reanudar las excavaciones con mejor base científica.


Reconstrucción artística de la parte norte de la antigua Jericó basada en las excavaciones alemanas de 1907-1909. Nótese las casas construidas contra la pared interior de la muralla de ladrillo, muralla esta que se eleva a la vez encima de un muro de retención de piedra. La Biblia dice que la casa de Rahab la prostituta se hallaba encima de la muralla de la ciudad, información que concuerda con este descubrimiento arqueológico (Josué 2:15).

El encargado de continuar el trabajo fue el arqueólogo John Garstang, que bajo los auspicios de Palestine Exploration Fund, excavó el Tell desde 1930-1936. El mérito principal de Garstang consiste en haber trazado la evolución histórica de la ciudad. Fue el primero en querer corroborar el relato bíblico de la caída de los muros de Jericó con las pruebas arqueológicas. En efecto, su investigación se concentró en el impresionante sistema de fortificaciones de Jericó, compuesto por un muro de retención de piedra, de unos cinco metros de altura; una muralla de ladrillos de unos 2 metros y medio, levantada encima de dicha estructura y fortalecida por detrás por un murallón de tierra; y otra muralla más que rodeaba la ciudad. Entre ambas murallas habían indicios de estructuras domésticas o casas, que eran consistentes con la descripción de la casa de Rahab, la ramera, que según el relato del libro de Josué 2:15 se hallaba sobre la muralla. Otro detalle interesante era que en una parte de la ciudad, había grandes pilas de ladrillos en la base del muro, tanto externo como interno, lo que indicaba un desmoronamiento repentino de las fortificaciones. Debió ser emocionante para Garstang comprobar que según todos los indicios los muros habían caído DE DENTRO HACIA AFUERA. Esto era un detalle muy notable, porque cuando son atacadas las ciudades, los muros caen hacia adentro, y no hacia fuera. La causa de la caída debió haber sido un potente temblor de tierra; una vez caídos los muros, debió ser fácil para los invasores ingresar a la ciudad trepándose por las ruinas: también se halló evidencia de un violento incendio de la ciudad. Garstang fechó tales muros en el Bronce reciente o tardío (entre 1400 y 1325 a. de C.). Para concordar los resultados arqueológicos con el texto bíblico, colocó Garstang la fecha del éxodo en tiempos del faraón Amenofis II (1447-1442), y la conquista de Jericó hacia el año 1400. Otro arqueólogo, W. F. Albright, lo fechó entre 1360 y 1320 a. de C. Pero ya por entonces, la tendencia histórica mas corriente fijaba la penetración de Josué en Palestina hacia el año 1200 a. C. la incongruencia era pues notoria, de modo que a fin de solventar estas dificultades se recurrió a la hipótesis de varios éxodos de israelitas de Egipto, ocurridos en lapsos medianamente largos de tiempo.



Diagrama esquemático de una sección del sistema de fortificaciones de la antigua Jericó

Estas divergencias profundas entre arqueólogos tocantes a la fecha de la destrucción de Jericó movieron a la British School of Archaeology y a la American Schools of Oriental Research a emprender nuevas excavaciones, que dirigió la señorita Kathleen Kenyon. Su finalidad principal era zanjar definitivamente las discusiones en torno a la fecha de la destrucción de la Jericó relacionada con Josué. Las excavaciones empezaron en 1952, y como resultado de las investigaciones, se determinó que durante la época de Josué (hacia 1240-1200 a. de C.) NO HABÍA EXISTIDO nunca una ciudad de Jericó con fuertes murallas. El doble muro (muro D) atribuido por Garstang al Bronce reciente, y, por lo mismo, identificado con el que fue destruido en tiempos de Josué, no era más que una parte del complejo sistema defensivo, reconstruido y retocado varias veces durante el tercer milenio (Bronce antiguo). Es decir, aquellas murallas se habían derrumbado unos MIL AÑOS antes de Josué, nada menos (hacia el año 2300 a. de C.), por lo que no podrían relacionarse para nada con el relato bíblico. Tampoco se halló ningún rastro de cerámica en toda el área excavada del Bronce reciente. Los excavadores de Tell el-Sultán perdieron toda esperanza de encontrar la Jericó de Josué. A tenor de los resultados de las exploraciones, durante los años de la conquista de Canaán, no existía Jericó, o al menos no quedaban vestigios arqueológicos de la misma: como si se hubiesen hecho polvillo.


Ahora bien, si en realidad por esos hubo una Jericó con altos muros años ¿por qué no dejó rastro alguno? La misma señorita Kenyon, expuso la hipótesis siguiente: que sobre los restos de la ciudad del bronce medio de 1900-1600 a.C. pudo levantarse otra ciudad más reciente, que desapareció, víctima de la erosión, sin dejar huellas sobre el Tell. ¿Qué de cierto podría tener la hipótesis de la erosión? Efectivamente, es posible que existiese una pequeña población en Jericó por entonces, y que Josué y los israelitas cumplieran con tanta eficacia su tarea destructiva que las ruinas de la ciudad quedaron expuestas a los estragos de la naturaleza y el hombre durante cinco siglos, hasta los días del rey Acab (siglo IX a. C.) cuando fue refundada Jericó por Hiel de Betel (1 Reyes 16.34), de tal suerte que los niveles correspondientes a la edad del bronce tardía que yacían en la superficie, quedaron casi enteramente denudados, e incluso algunos de los niveles más profundos fueron seriamente afectados, al punto de ser completamente erosionada hasta desaparecer. Tal posibilidad no es solamente un punto de vista heurístico u “armonístico”, sino que lo sugieren los vestigios de una considerable erosión en otras aldeas más antiguas de Jericó. Por ejemplo, las tumbas de la edad del bronce media demuestran en forma decisiva la importancia de la Jericó de esta época (el llamado período patriarcal), aunque en el montículo de la ciudad la mayor parte de la ciudad del bronce medio —y aun buena parte de la del bronce temprano que la antecedió— fue erosionada hasta desaparecer entre aprox. 1600 y 1400 a.C. Si los elementos pudieron causar tanto daño en sólo 200 años, resulta fácil comprender cuánto puede haber hecho la erosión natural en el montículo desierto en los 400 años que transcurrieron entre Josué y la nueva fundación de Jericó en tiempos de Acab. Parecería sumamente probable que los restos borrados por las lluvias de la última ciudad de la edad del bronce tardía se encuentren actualmente bajo la carretera moderna y las tierras cultivadas a lo largo del lado oriental del montículo de la ciudad. Es extremadamente dudoso que una excavación (aun cuando fuere permitida) diera muchos resultados en la actualidad. Sabemos que el relato de Josué 3-8, sobre la caída de Jericó, refleja fielmente las condiciones de la zona y su topografía, mientras que la comandancia de Josué está narrada de manera realista.

El arqueólogo Bryant Wood, continuador de las excavaciones en Jericó, al lado de una sección del muro derrumbado de la antigua ciudad.



LA DESTRUCCIÓN DE HAI

Ahora veamos el problema que conllevó la identificación arqueológica de HAI o AY. El Libro de Josué capítulo 8 relata que esta ciudad cananea fue capturada por Josué y su ejército aplicando una hábil estratagema; al igual que Jericó fue pasada al fuego y dejada en ruinas.

Hai fue identificada con las ruinas de et-Tell (en árabe tau, montón, morón, que concuerda con el significado hebreo de Hai) situada tres kms. al sureste de Bet-el. Las excavaciones arqueológicas en et-Tell, practicadas por Judit Marquet Krause durante los años 1933-1935, y en 1964-72 por J. A. Callaway, pusieron al descubierto una ciudad que prosperó en el 3° milenio a.C. La ciudad tenía un fuerte muro, y un templo que contenía tazones de piedra y marfiles importados de Egipto. Las excavaciones demostraron que Hai fue completamente destruida por el fuego hacia el año 2300 antes de Cristo, posiblemente por invasores amorreos, es decir, con mucha anterioridad a la llegada de los israelitas. De la destrucción se salvaron en parte los muros y fortificaciones. A la llegada de los israelitas delante de Hai habíase incluso perdido el nombre de la ciudad, que el texto masorético llama simplemente Hai = la Ruina.

¿Cómo pueden armonizarse estos datos de las excavaciones arqueológicas de Hai con las afirmaciones del Libro de Josué al hablar de Hai y de que el caudillo judío la tomó redujo a un montón de escombros? Algunos autores como Dussaud resuelven la cuestión, diciendo que el relato es legendario, teniendo la finalidad de explicar la existencia del montón impresionante de Hai y atribuirlo a una destrucción de la ciudad por parte de Josué. Por su parte William F. Albright sostuvo que el relato bíblico describía originariamente la destrucción de Betel, acontecida en el siglo XVI a. C.; pero después se localizó en las imponentes ruinas de et-Tell, como una manera de explicar su existencia.

El P. Vincent ha intentado armonizar los datos de la arqueología con los de la Biblia recurriendo a la siguiente hipótesis: la ciudad de Hai había sido efectivamente destruida hacia el año 2300. De su antiguo esplendor quedaban en pie gran parte de las murallas y el esqueleto de sus santuarios y otros edificios públicos. Al amparo de aquellos vetustos escombros se reunieron los cananeos para impedir la penetración de los israelitas en sus ciudades. Aquellas viejas ruinas, reanimadas circunstancialmente por hombres de guerra y otras personas que les acompañaban, dieron la impresión a los israelitas de encontrarse ante una ciudad cananea de vida normal. El autor del libro de Josué habla de Hai como si se tratara de una ciudad en pie, y se complace en usar este apelativo para destacar más la magnitud del triunfo. Hasta aquí Vincent. Esta ingeniosa hipótesis encuentra alguna dificultad en aquellos pasajes (7:5; 8:29) en que se habla de la puerta de la ciudad y del número de hombres y mujeres que mataron los israelitas. Aun cuando es posible ubicar a Hai en algún otro lugar, hasta el momento no se ha ofrecido ninguna solución satisfactoria. La identificación de Hai, con et-Tell, es hasta hoy la más plausible por razones topográficas, y por la correspondencia entre los significados del nombre antiguo y el moderno.
Vista aérea de et-Tell, la antigua HAI

Bueno hasta aquí he expuesto resumidamente los resultados de las excavaciones realizadas en Jericó y Hai, y las hipótesis de quienes han querido concordar los descubrimientos con el relato del libro de Josué.

PARA FINALIZAR …

Ahora bien, es evidente que algunos especialistas han caído en el error de querer concordar a la fuerza el relato del libro de Josué con los descubrimientos arqueológicos. Aunque para ser sincero, la hipótesis de la erosión total de los restos de una Jericó del bronce reciente no me parece tan inverosímil; la teoría del P. Vincent sobre Hai, bueno, se ve a las claras que es pura especulación, pero, dejando de lado todo eso, lo que para mí es interesante comprobar es que ambas ciudades fueron destruidas casi simultáneamente unos mil años antes de lo que el relato bíblico los sitúa, posiblemente por los amorreos, una de esas tribus de semitas nómades, que invadían periódicamente las regiones más fértiles del Cercano Orientes (fines de la edad del bronce temprano, hacia 2300-2100 a.C.); la descripción que hace el relato bíblico de los fuertes muros de Jericó y de su destrucción por el fuego, así como el incendio y la destrucción total de Hai, concuerda perfectamente con lo que la arqueología ha descubierto; pero claro, el problema mayúsculo es que la caída de dichas ciudades ocurrieron muchísimo antes que Josué y los israelitas llegaran allí. ¿Cómo explicar este anacronismo tan marcado? Puede ser que tiempo después, cuando los escribas israelitas registraron los sucesos ocurridos antaño, utilizaron tradiciones orales que trataron de relacionar con los restos materiales que veían; al ver las ruinas imponentes de esas grandes ciudades y al carecer de documentos escritos que registraran tales sucesos, simplemente lo relacionaron con la conquista de Palestina por los israelitas en el siglo XIII a. de C.; es muy verosímil que haya sido así, teniendo en cuenta que lo mismo ha ocurrido en otras ocasiones, como por ejemplo, la interpretación que durante la Edad Media se hizo de los monumentos megalíticos de Stonehenge como si hubiesen sido construidos por los druidas o en época romana, cuando en realidad eran de la época prehistórica; podría citar otros ejemplos más. En todo caso, no debemos pensar que todo ya está todo dicho en investigación arqueológica, pues los estudios continuaran y siempre hay la posibilidad que algún nuevo descubrimiento tire por los suelos lo que hoy consideramos hipótesis más verosímil, y que muchos de los personajes y hechos bíblicos que aun hoy se consideran legendarios puedan comprobarse su existencia arqueológicamente.

Aunque las limitaciones de la arqueología son tales que podría parecer muy optimista esta última posibilidad. No obstante, es necesario tener siempre presente que hasta mediados del siglo XIX se consideraban personajes legendarios los reyes asirios mencionados en la Biblia: TIGLAT-PILESER III (2 Re. 15:29; 16:7-10), SARGÓN (Isaías 20:1) y SENAQUERIB (2 Reyes 18:13 y siguientes) por el solo hecho de que no había otros documentos escritos que los mencionaran; solo se pudo comprobar la historicidad de tales personajes al encontrarse los archivos e inscripciones de dichos reyes en diversas excavaciones realizadas en territorio de la antigua Asiria. Ciertamente que ejemplos como este de la corrobación por parte de la arqueología de lo dicho en la Biblia son innumerables, que ya habrá oportunidad de tratar.
Fuentes:
- Diccionario Bíblico Certeza
- "Y la Biblia tenía razón", de Werner Keller
- Biblia Comentada. Libros Históricos del Antiguo Testamento. Por Luis Arnaldich, O. F. M.
Saludos
Álvaro S. Chiara G.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

LA MATANZA DE LOS INOCENTES ¿HECHO HISTÓRICO?

Herodes el Grande (no confundirlo con su hijo Herodes Antipas, ni con su nieto Herodes Agripa I , también mencionados en el NT) es sin duda más conocido a través del Evangelio de Mateo, capítulo 2, donde protagoniza los archiconocidos relatos de la Estrella de Belén, la visita de los magos de Oriente y la matanza de los inocentes. Episodios que únicamente relata este evangelista: ni siquiera en el otro Evangelio que toca el período de la infancia de Jesús, el de Lucas, se menciona ninguno de estos hechos. ¿Se puede considerar históricos estos relatos? La mayoría se inclina por la lógica de la investigación histórica moderna: testis unus testis nullus, es decir, un solo testimonio no sirve. Es más, todo parece indicar que el autor del Evangelio de Mateo se basó en relatos populares, que sin duda tienen cierto fondo verdadero, pero que se fueron distorsionando o agregándose algunos elementos extraños a través del paso del tiempo. Por eso es que a simple vista resalta el parecido con otras historias bíblicas, como la infancia de Moisés por ejemplo: también el Faraón, al igual que Herodes, mandó matar a todos los recién nacidos de los hebreos, pero se salvó Moisés, precisamente el que liberó después al pueblo (Ex 1,8-2,10). En el Tomo V del Diccionario de la Biblia de Jerusalén, edición española 2006, refiriéndose al pasaje de la matanza de los inocentes, sentencia de esta manera “la autenticidad histórica de ese acontecimiento es dudosa”.

Teniendo en cuenta que el evangelista autor del relato se halla basado en relatos con algún sustento histórico-ya que es insostenible aquella afirmación de que los Evangelios son solo “puro cuentos”, como algunos ignorantes suelen decir- la pregunta sería pues ¿cuál sería el origen de este relato tan popular conocido como la “matanza de los inocentes”? Se puede encontrar algunas pistas en la obra del historiador judío Flavio Josefo, que a su vez recoge datos de Nicolás de Damasco que fue biógrafo y consejero de Herodes el Grande. Por lo tanto, el relato que hace Josefo sobre el reinado de Herodes proviene si bien de manera indirecta, de alguien que fue testigo de los hechos.

El episodio relatado por Josefo (en Antiguedades de los judíos XVII, VI, 4), , que podría estar en el origen del relato de la matanza de los inocentes, ocurrió poco antes de la muerte de Herodes. Pero antes vayamos a la cronología de este último suceso. De acuerdo a los datos aportados por el mismo Josefo, se ha fijado la muerte de Herodes unos días antes de la Pascua del año 4 a. d C. (no más de un mes antes, según la teoría más aceptada). Como todos seguramente lo saben muy bien, Jesús nació aproximadamente seis a siete años antes de la fecha “oficial” o año 1 d de C (y eso debido a un error de cálculo del monje medieval encargado de fijar la fecha del Nacimiento), y debía pues tener aproximadamente 2 años cuando murió Herodes.

El hecho que cuenta Josefo es el siguiente: dos doctores de la Ley, de nombres Judas y Matías, incitaron a un grupo numeroso de jóvenes a que derribaran un gran águila romana de oro que Herodes había puesto sobre la puerta del Templo. Como es bien sabido la ley judía aborrece la representación de seres vivos, y peor aun en un lugar santo como es el Templo. Los osados muchachos fueron apresados en el acto y llevados ante Herodes, quien irritado mandó quemar vivos a los cabecillas de la revuelta, junto con algunos participantes más. Aquella misma noche de la ejecución hubo un eclipse de Luna, y cayó el día 13 de Marzo del año 4 a de C, según el calendario juliano. Herodes murió días después de tal eclipse, antes del día de Pascua de ese mismo año, que cayó el 11 de Abril (14 de Nisán). Se ha fijado tentativamente el 1° de abril del 4 a d C como la fecha de su muerte. Es posible que dicho episodio del águila romana hubiese pasado a la memoria popular como “la matanza de los inocentes”, convertida en leyenda de un degüello masivo de infantes.

¿El Evangelista debió entonces acoplar sucesos históricos con otros puramente alegóricos o fantásticos? Coincidencia o no, el episodio de la matanza de Belén por orden de Herodes revela el carácter desconfiado de este rey hacia todo el mundo y siempre temeroso de ser suplantado en el trono, que encaja plenamente con la idea que transmite Josefo acerca de este personaje. En efecto, Herodes tuvo diez esposas, los cuales, con sus hijos, se envolvieron en intrigas, frecuentemente feroces, para asegurarse al menos una parte del poder. Hubo planes, reales o inventados, contra la vida del mismo Herodes, y éste, acosado por sus manías persecutorias nacidas de su carácter celoso y desconfiado, hizo dar muerte sucesivamente a su esposa Mariamne, a la que había amado con pasión, a los dos hijos que había tenido con ella, Alejandro y Aristóbulo, y después a otro de sus hijos, Antípater, cinco día antes de su propia muerte.

Ahora bien, en caso de que el episodio del águila romana no tendría nada que ver con el relato de Mateo: ¿a qué se debería el silencio de Josefo con respecto a este hecho? ¿cómo es que un episodio como ese pudo pasar desapercibido para un historiador como Josefo? A favor de la veracidad del relato evangélico, se considera que el silencio de Josefo no prueba necesariamente que no haya ocurrido. En primer lugar sucede que Josefo se basa primordialmente en un apologista de Herodes como fue el historiador Nicolás de Damasco. Para este, Herodes era su héroe y no se podía esperar que mencionara un hecho como ese. En segundo lugar es creíble que un episodio como ese haya pasado desapercibido y veamos por qué: la traducción del griego de la palabra “anairel”, que se ha traducido como “masacre” o “matanza”, lo mismo se puede traducir para designar el asesinato de varios niños como el asesinato de un solo niño. Fueron los traductores posteriores quienes se encargaron de exagerar las cifras de los “inocentes muertos”, así la Iglesia Ortodoxa Griega dice que fueron 14.000 “inocentes muertos”, la Iglesia Siria habla de 64.000 y los autores medievales elevan esa cifra a 144.000. Pero sucede que la Belén en aquel tiempo tendría cuanto menos unos 2.000 habitantes y como mucho habría aproximadamente 25 ó 30 de niños menores de 2 años. Hay quienes incluso reducen más las cifras y sostienen que por entonces solo debían vivir en Belén unos 500 habitantes, de modo que la cifra de niños de esas edad solo debió ser entre 7 a 15. Tan poca cantidad de víctimas en un reinado tan largo como el de Herodes, de 37 años, caracterizado por crímenes horrendos necesariamente debió pasar desapercibido o carecer de importancia. Como dijo alguien: las crueldades conocidas de Herodes eclipsarán siempre cualquier otro crimen que pudo haber cometido. Existe un relato del escritor Macrobio (inicios del siglo V), que narra que el emperador Augusto, enterado de que entre los niños a los que Herodes había ordenado matar estaba su propio hijo, expresó: "Es mejor ser un puerco de Herodes que su hijo" (Satur. II, 4).


Álvaro S. Chiara G.